La vida no es igual de
interesante para todos: hay gente que la disfruta más, otros que la disfrutan
menos y un último grupo, que no la disfruta nada. Ramus formaba parte de este
tercer grupo, no había ni una persona sobre la faz de la tierra que se
pareciera en lo más mínimo a él, o que
lo comprendiera remotamente. Aunque Ramus fuera raro en todos los sentidos,
también sabía ocultarlo indefinidamente, solo que su camuflaje era difícil de
mantener cuando una persona se acercaba demasiado. Por ello, este chico nunca
profundizaba en sus relaciones, así que no era raro que no hubiera tenido novia
desde infantil. Pese a que aborrecía infinitamente la vida social, a veces
hacía un esfuerzo, por complacer a sus padres y a la sociedad en general, y
salía de casa con gente que no le interesaba lo más mínimo.
También tenía un número
reducido de amistades, pero no eran más que personas como el, ligeramente
apartadas de la sociedad y con severos problemas sociales. Aunque al principio
se habían empezado a juntar por necesidad, Ramus les había acabado cogiendo
cariño. Tenía el pelo castaño, los ojos marrones, medía un poquito más de la
media y estaba por lo general delegado. La gente a su alrededor lo miraba y
solo veía a un chico normal, al fin y al cabo saludaba a los vecinos y sacaba
la basura, ¿No es eso lo que hacen las personas normales? Casi todo en el mundo
le desagradaba de una manera o de otra: programas de televisión, cotilleos de
última hora, modas pasajeras etc. Las ciencias le fascinaban en ocasiones, pero
al no ser tampoco desmesuradamente listo, no merecía la pena pasarse el día
estudiando.
Aunque pasaba por la vida
como un fantasma, también tenía sus hobbies, como todo el mundo. Leía libros
sobre mundos lejanos, películas que le hacían sentir insignificante, e incluso
salía a correr de vez en cuando para no acabar obeso. Sus padres le presionaban
constantemente para que se metiera en algún equipo de cualquier cosa, pero eso
tampoco le interesaba. En el pasado los videojuegos le habían dado cobijo
durante algunos años, pero incluso los juegos se habían vuelto insípidos para él.
Aunque se enamoraba con frecuencia, se desenamoraba con más frecuencia aún, así
que nunca acababa declarándose a nadie. Como se ha dicho antes, Ramus tenía
amigos. No eran muy buenos amigos, porque los buenos amigos se ganaban con la
confianza, y él había perdido esa facultad hace años. No obstante eran buenos
compañeros, no dramatizaban las cosas, no se solían quejar y decían cosas
ingeniosas de vez en cuando.
Su ''mejor'' amiga se
llamaba Riven, y si hubiera sido un poco más espabilada, quizás incluso estaría
en el grupo de las populares. Pero ella también era diferente al resto, su
humor era más negro de lo que debería y soltaba tacos con demasiada frecuencia.
Sin embargo Riven era guapa, y Ramus había estado casi seguro en más de una
ocasión de que le gustaba. Sin embargo, su amistad era una de las pocas cosas
valiosas que tenía, así que por nada en el mundo se arriesgaría a hacerla
incómoda. Le parecía entretenido ir a
casa de Riven, sólo se aburría un 50% del tiempo, siendo que la media rondaba
el 95% la cifra no estaba mal. Por esta razón visitaba la casa de su amiga con
bastante constancia, hasta que las cosas se pusieron tensas entre ellos y tuvo
que reducir significativamente el número de visitas. Ella era una de las cosas
más valiosas en su mundo, ya que era una de las pocas personas que podían
hacerle sentir algo. Por lo que sea, Ramus era frío y distante todo el día a
todas horas, lo que suele emocionar, entristecer, animar o revolucionar a las
personas normales, a él le era completamente indiferente. Al final había
conseguido imitar las reacciones ''humanas'' tras mucho tiempo de observación,
así que solo lo miraban raro muy de vez en cuando.
Su otro amigo se llamaba
Malphy, aunque todo el mundo lo llamaba mal. Su caso era completamente
diferente al de su otra amiga. Riven era una persona independiente, y se podía desenvolver
perfectamente sin ayuda de nadie, pero Mal... Tenía problemas al hablar con la
gente y al mostrar sus diferencias, como Ramus, solo que dada su falta de
perspicacia no se molestaba siquiera en ocultarlo, y como resultado la gente se
reía de el muy a menudo. Ramus era más un padre que un amigo para él, tenía que
hacer de paraguas a las críticas que le llovían continuamente, pero no le
importaba, porque la sociedad apestaba cómo un cuerpo en descomposición. Mal
era grande y aunque estaba un poco gordo, también tenía fuerza. Podría aplastar
si problemas a todos los que lo humillaban continuamente, pero nunca lo haría,
él no era así. Quizás su bondad fuera su mayor defecto al fin y al cabo.
Aquel día, 20 de febrero
de 2016, a las 20:30, Ramus estaba corriendo por la ribera del Ebro, un río de
su ciudad (Zaragoza). Un día de cada dos salía sobre esa hora y corría durante
20-30 minutos, o hasta que sus piernas se cansaran. Últimamente estaba yendo a
correr más a menudo, porque en dos semanas tendría una carrera de 5 kilómetros.
Ya llevaba un cuarto de hora en movimiento, y sus piernas le empezaban a
cosquillear silenciosa e ininterrumpidamente. Era un cosquilleo que no dolía ni
quemaba, es más incluso era en cierto modo placentero. La música estaba a tope,
como siempre, y cada zancada hacia delante estaba acompasada con una nota de la
melodía. Todo estaba por fin en paz y serenidad. Parecía que la naturaleza por fin
le había dado un respiro, sonrió, en el fondo incluso él podía ser feliz. Pero
una de las características principales de la felicidad es que siempre es
efímera, y si hubiera sabido en ese preciso instante lo que le deparaba el
futuro, no hubiera sonreído.
Cuando pasaba al lado de
una fuente con forma de botella, todo se ralentizó. Un ruido sordo surcó sus
oídos y una onda de choque lo empujó con violencia hacia atrás. Tuvo la suerte
de tener un árbol detrás, contra el cual chocó, aquel impasible olmo lo había
salvado de morir ahogado en el río. Cuando miró hacia arriba lo que vio lo
desconcertó enormemente. El agua de la fuente se evaporaba rápidamente y volaba
hacia el infinito. El pequeño monumento
tenía incluso una pequeña brecha, algo había caído del cielo, y solo él lo
había visto. Un instinto primitivo que había permanecido dormido en él durante
mucho tiempo le dijo que corriera en dirección opuesta. Fuera lo que fuera eso,
no era nada bueno, el miedo y al curiosidad del chico luchaban una batalla
fatal en su interior. Al cabo de unos instantes dio un paso al frente, luego
otro y al cabo de unos segundos se hallaba a los pies de la antigua fuente.
Todo el agua había desaparecido, y la base de la construcción estaba
destrozada. Un solo objeto resplandecía en el fondo, una esfera de color verde
que palpitaba periódicamente cómo un corazón que late.
Su voz interior aulló con
más fuerza pero él la ignoró completamente. Se pegó un minuto contemplando el
objeto que tenía ante el por un motivo desconocido. Al cabo de este tiempo, dio
un paso más hacia su perdición, ya solo se encontraba a un metro. La bola
estaba perfectamente pulida y le devolvía su mirada atónita. No era muy grande,
abultaba poco más que una pelota de tenis, pero a la vez era algo completamente
diferente de nada que hubiera visto con anterioridad. Parecía hecha de
esmeralda, pero Ramus sabía con certitud que no se trataba de esmeralda.
Extendió el brazo hacia la esfera y la tocó ligeramente. El tacto era suave,
una sensación de calor y frio le recorrió cada átomo de su cuerpo. La mano se
le durmió durante una décima de segundo, pero luego recuperó su vitalidad. Se
acercó con cautela, como si alguien lo estuviera observando. Cuando trató de
levantar la esfera se sorprendió de lo increíblemente pesada que era para su
pequeño tamaño. Cuando la tuvo en la mano, un nuevo hormigueo le recorrió desde la punta de los
dedos hasta el hombro, esta vez no lo sintió solo en la piel, cada nervio y
fibra de su brazo habían percibido la sacudida.
Se metió la esfera en el
bolsillo, y aún así la sentía palpitar ferozmente. Se encaminó a casa, aunque
caminaba despacio por el peso adicional que había adquirido.